(por Juanjo Llanas)
Segismundo es un experto haciendo tiro al plato. Lo hace todos los días justo después de comer, por lo que dispara contra los platos que ha empleado para la comida y así quedan destruidos. Todos los días hace lo mismo, por lo que en su casa no ganan para vajillas. Después de hacer este deporte sube por una cuerda que está en medio del salón de su casa y toca una campana con la nariz. Su abuela cada vez que le ve hacer esto le mira de reojo porque a la señora no le gusta que se haga ruido mientras está haciendo calceta.
Su padre intentó hacer un seguro para que les indemnizaran cuando se rompía una vajilla pero la compañía de seguros no le coge el teléfono porque también son aficionados al tiro al plato y conocen a Segismundo.
Un día Segismundo se equivocó e hizo el tiro al plato antes de comer, por lo que se quedó sin platos en los que depositar los alimentos. Esto puso de muy mal humor a un beduino que estaba haciendo turismo en su pueblo, y arremangándose la túnica hinchó a bofetadas a Segismundo. Luego dicho beduino se puso a jugar al mus con su abuela. Segismundo tuvo que comer directamente de la cazuela con tal mala suerte que cayó dentro de la misma y se perdió durante tres días.
Su madre llamó a la policía y consiguieron encontrarle porque descubrieron que la cazuela se movía. Después de fregarla bien encontraron a Segismundo en el fondo jugando con unos enanos titiriteros al fútbol-cazuela. El árbitro era una albóndiga que se había quemado al hacer el guiso. Por eso decían los enanos: "Este árbitro no pita nada, no se mueve siquiera". Cuando salieron su abuela le estaba dando con una escoba a su madre, que a su vez estaba esperando con otra escoba para pegar a Segismundo al salir. Pero la policía intervino y detuvo a un loro parlanchín que había insultado al beduino, lo que hizo que se enfadara la abuela y cogiera la escoba.
El loro fue interrogado y confesó que él era el culpable de que se hundiera el Titanic. La policia se lo sospechaba pero hizo la vista gorda porque el loro tenía muchos colores y era muy bonito. Una monja que estaba en una esquina fumándose un puro asentía con la cabeza dando la razón a la policía.
La cazuela fue precintada y se llevaron detenidos también a los enanos titiriteros, que mientras caminaban hacia el furgón policial iban cantando a cuatro voces la novena de Beethoven.
A Segismundo le dio una paliza un vendedor de higos que pasaba por la puerta y le puso manchada la camisa de granos de higo, lo que enfureció a la monja del puro, que también le dio una paliza al joven. Después dicha monja se puso a hacer surfing en una piscina que había en cada de un vecino. El vecino no se creía lo que veían sus ojos, por lo que pidió consejo al beduino, que a su vez se lo pidió a la madre de Segismundo, y ésta hizo lo propio con su abuela. Esta última cogió un bate de beisbol y rompió el puesto de higos. El vendedor de higos, emocionado, pidió matrimonio a la abuela y tuvieron quince hijos en tres años de romance. Después, el vendedor de higos murió de viejo y la abuela se matriculó en un curso de fabricación de vajillas, lo que resolvió el problema del tiro al plato de Segismundo.
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