En el mercadillo del sábado.
El viernes me fui a cambiar de ropa y me di cuenta de que me
estaba quedando sin pantalones decentes que ponerme. Claro, como mi madre es la
que se ocupa de todo lo relacionado con el vestuario y ahora está pasando unos
días con mi tía en Mallorca, me las tengo que apañar yo solo. Y como todavía va
a estar allí por lo menos dos semanas voy a tener que hacer el esfuerzo de
comprarme por lo menos un par en el mercadillo. Así que mañana tendré que dar
giro y hacerme con unos.
Bueno, pues ya estamos a sábado y son las doce de la mañana.
El tema es fácil porque lo único que hay que hacer es dirigirme a un puesto de
ropa y comprármelos. De este modo me dirijo al puesto que tenía más a mano y le
pido al vendedor un par de pantalones. Claro, me pregunta que de qué talla se
trataría y yo me doy cuenta en ese momento de que no tengo ni idea. Me dice el
hombre, con un gran sentido de la lógica, que mire en la etiqueta de los que
llevo puestos. Para eso necesito un lugar privado, por lo que entro en el bar
de la plaza y pido una cerveza y de seguido me meto en el baño para quitarme
los pantalones y ver la talla. Cuando hago la dificultosa operación me percato
de que no tienen etiqueta, por lo que mi
gozo termina en un pozo. Termino la cerveza y me dirijo a mi casa para ver
otros pantalones que tengan la talla puesta. Después de revolver lo poco que
había veo unos de tenían la talla 50, aunque son unos pantalones muy feos que
hacía tiempo que no me ponía. Llego a la plaza y le digo al tendero, que ya
estaba preocupado por mi tardanza, que los pantalones que necesito son de la
talla 50. Me los envuelve y yo tan contento me dirijo a mi casa para estrenarlos.
Cuando llego y me los pongo me percato de que no me puedo abrochar la
cremallera porque me vienen estrechos. No creyéndome lo que sucede me dirijo a
los pantalones de los que había sacado la talla y me los pruebo y también me
quedan pequeños. ¡Resulta que hacía tanto tiempo que no me ponía los pantalones
feos, que había engordado…! De ipso facto me dirijo a la plaza para descambiar los
pantalones y resulta que el tendero ya se había marchado porque entre pitos y
flautas ya eran las dos y media de la tarde.
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