Dentro del municipio de Villanueva de los Menudillos existe una aldea conocida en los alrededores como la aldea de los despistados. El nombre no es por casualidad, sino porque los habitantes de la misma son los más despistados y olvidadizos de todo el planeta.
Como ejemplos podemos señalar los siguienes. El caso de doña Roberta Corbechón, que un día al acostarse se olvidó cerrar la puerta de su casa y por la mañana le habían robado un gorrino. Caso curioso y exagerado aparentemente, si no hacemos mención de otros casos, como el de su prima Heriberta Corbechón, que se le olvidó ir al baño para hacer sus necesitades y un día en mitad de la plaza del pueblo de Villanueva de los Menudillos, en pleno mercado dio una explosión que manchó sobremanera todas las fachadas de dicha plaza. Aún no se ha podido limpiar del todo.
Tenemos otros casos, como el de Marciano Luna, que puso los cuernos a su mujer con la tendera de la carnicería de don Pascual. Su mujer al enterarse enfureció como una mona y estaba dispuesta a matar a su marido, pero cuando este llegó por la noche a casa a la buena señora se le había olvidado y siguieron tan felices.
Un caso digno de mencionarse, es de la familia Hernández Corbechón, en la que todos los miembros de la misma tuvieron el mismo despiste a la vez. Siendo una familia querida y respetada por todos, de golpe y porrazo se olvidaron de lavarse hasta que llegó un momento en que el acercarse a su casa resultaba imposible. Por fortuna, una vecina de noventa años le dio un garrotazo a uno de los hijos del matrimonio cayendo entonces en la cuenta de lo que estaba sucediento y poniendo remedio de inmediato a ello.Aunque poco después tuvieron otro despiste familiar y se olvidaron de vestirse, por lo que aparecían desnudos por la aldea sin más. El resto de los vecinos les dieron por imposibles y no les dijeron nada. Tristemente murieron todos de pulmomía.
Aunque el despiste más significativo fue que el año pasado se les olvidó a todos los de la aldea celebrar las fiestas patronales. Se dieron cuenta cuando el domingo principal .aparecieron forasteros para las mismas...
jueves, 20 de diciembre de 2012
lunes, 3 de diciembre de 2012
Como ser nerpiano y no morir en el intento - En el mercadillo
En el mercadillo del sábado.
El viernes me fui a cambiar de ropa y me di cuenta de que me
estaba quedando sin pantalones decentes que ponerme. Claro, como mi madre es la
que se ocupa de todo lo relacionado con el vestuario y ahora está pasando unos
días con mi tía en Mallorca, me las tengo que apañar yo solo. Y como todavía va
a estar allí por lo menos dos semanas voy a tener que hacer el esfuerzo de
comprarme por lo menos un par en el mercadillo. Así que mañana tendré que dar
giro y hacerme con unos.
Bueno, pues ya estamos a sábado y son las doce de la mañana.
El tema es fácil porque lo único que hay que hacer es dirigirme a un puesto de
ropa y comprármelos. De este modo me dirijo al puesto que tenía más a mano y le
pido al vendedor un par de pantalones. Claro, me pregunta que de qué talla se
trataría y yo me doy cuenta en ese momento de que no tengo ni idea. Me dice el
hombre, con un gran sentido de la lógica, que mire en la etiqueta de los que
llevo puestos. Para eso necesito un lugar privado, por lo que entro en el bar
de la plaza y pido una cerveza y de seguido me meto en el baño para quitarme
los pantalones y ver la talla. Cuando hago la dificultosa operación me percato
de que no tienen etiqueta, por lo que mi
gozo termina en un pozo. Termino la cerveza y me dirijo a mi casa para ver
otros pantalones que tengan la talla puesta. Después de revolver lo poco que
había veo unos de tenían la talla 50, aunque son unos pantalones muy feos que
hacía tiempo que no me ponía. Llego a la plaza y le digo al tendero, que ya
estaba preocupado por mi tardanza, que los pantalones que necesito son de la
talla 50. Me los envuelve y yo tan contento me dirijo a mi casa para estrenarlos.
Cuando llego y me los pongo me percato de que no me puedo abrochar la
cremallera porque me vienen estrechos. No creyéndome lo que sucede me dirijo a
los pantalones de los que había sacado la talla y me los pruebo y también me
quedan pequeños. ¡Resulta que hacía tanto tiempo que no me ponía los pantalones
feos, que había engordado…! De ipso facto me dirijo a la plaza para descambiar los
pantalones y resulta que el tendero ya se había marchado porque entre pitos y
flautas ya eran las dos y media de la tarde.
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